De lo femenino en Woody Allen, aproximación

(Tal y como se adelantó en «Entre la admiración y la propaganda de  estado», a continuación se expone el artículo que amplía la ultima sección de la crítica)

La filmografía de Woody Allen es tan poderosamente personal que hace inservibles las clasificaciones de género que se le cuelgan por motivos comerciales, a saber: comedia, comedia romántica, drama, drama romántico, y eventualmente alguna criminal. Todas sus películas se pueden empaquetar con mayor acierto en la etiqueta “Cine de autor: Woody Allen”. La comicidad y las relaciones de pareja son sus señas de identidad más destacadas.

Por este motivo se entiende que el punto de partida de la narración sea masculino, porque, aunque nunca lo ha reconocido, sus personajes no son otra que diferentes alter egos de él. O al menos mantiene con ellos una relación tan estrecha como la que tenían los grandes cómicos del cine mudo con sus respectivos personajes (“Charlot”, con Chaplin; “Harold”, con Harold Lloyd, y “Cara de piedra” con Buster Keaton). Ello no le ha impedido, sin embargo, hacer películas donde el reparto está formado básicamente por mujeres: “Interiores” (1978),“La rosa púrpura del Cairo” (1985), “Hanna y sus hermanas” (1986),“Septiembre” (1987),“Otra mujer” (1988), “Alice” (1990), “Melinda y Melinda” (2004) o “Scoop” (2006). Se decía antes punto de partida porque hay otra serie de películas que, aún teniendo un protagonista masculino –interpretado por Woody Allen en casi todas las ocasiones- la presencia femenina es indisociable de aquél; es más, la prolonga. Así por ejemplo, durante el periodo que fue su musa, el nombre de Diane Keaton inspiraba automáticamente al de Woody Allen, y viceversa. Sírvase de ejemplo “El dormilón” (1973) o “Annie Hall” (1977). No hay que olvidar, por último, un grupo de películas  construidas a partir de una multiplicidad de puntos de vista formando una especie de mosaico de subjetividades que reduce a la nada el personaje de protagonista entendido en el modo tradicional: “La comedia sexual de una noche de verano” (1982), “Maridos y mujeres” (1992), o “A Roma con amor” (2012) son ejemplos de ello.

En «Interiores» (1978) el eje conductor de la historia se centra en los personajes femeninos

Es interesante sacar a colación el personaje que interpreta Nati Abascal en “Bananas” (1971) con la que Woody Allen incorpora excepcionalmente el papel de “pitufina” (el tópico por el cual sólo existe un personaje femenino en un grupo de personajes masculinos). El contexto no es baladí: guerrilla de los rebeldes contra el poder dictatorial establecido en la república sudamericana de San Marcos, potencialmente estado-satélite de los EE.UU. En esta película sí que opera este principio que se incluye dentro de los clichés usados por el cine de género. No obstante, se debe reconocer que su función, ciertamente aislada en  toda la narración, no es tanto representativa de la mujer como recurso humorístico (recuérdese la imagen acompañada con música de triunfo cuando Allen se la consigue llevar al lecho amoroso).

La mujer no es en absoluto banal en las películas de Allen, y en nada cumplen las características tradiciones del género romántico. Así, frente a los personajes fuertes, autosuficientes, que son sobre todo roles típicamente masculinos representados mediante los típicos hombres duros e interpretados por actores como John Wayne, Clint Eastwood, Arnold Schwarzenegger,..(LEMA TRILLO, Eva María, “Los modelos de género masculino y femenino en el cine de Hollywood, 1990-2000”, 2002, p. 146) propios de los romances más clásicos, tenemos a un antihéroe de cuyo género se puede prescindir por completo –es antihéroe en cuanto a tal, no en cuanto a hombre o mujer-, lo que me permite la activación de procesos de identificación en ambos sexos. En los clichés más modernos (“Algo para recordar” [1993], “French Kiss” [1995], “Tienes un e-mail” [1998], las tres protagonizadas por Meg Ryan) la supuesta independencia de la mujer se neutraliza con el imperativo de una vida familiar y eminentemente doméstica.

Gena Rowlands interpreta a una brillante profesora de Filosofía en «Otra mujer» (1988)

En las películas de Woody Allen o la mujer está incluida en la paranoia surrealista (“El Dormilón”, “La última noche de Boris Grushenko” [1975]), o en la misma aventura (“Misterioso asesinato en Mahattan” [1993], “Granujas de medio pelo” [2000]). De un ambiente más familiar son “Hanna y sus hermanas” o sus tres grandes dramas, “Interiores”, “Septiembre” y “Otra mujer”. Es cierto que en estas últimas Allen inculca en demasía el victimismo en el papel de Mia Farrow, que lejanamente puede recordar al cliché “la damisela en apuros”. Pero el hombre no la rescata, psicológicamente hablando. Ni él, ni nadie. Allen, al menos el más original, nunca ha concluido sus películas con un final feliz, algo que está cambiando en sus creaciones más recientes (“A Roma con amor”, “Si la cosa funciona” [2009]).

Los romances que nos cuenta Allen no están dominados, por tanto, por una visión exclusiva y omnipotentemente virilizada, concediendo relevancia a la mujer como coprotagonista, incluso a través de un protagonismo dual –no se entiende el uno sin la otra, y viceversa- . Hasta que la edad se lo ha permitido, donde se adjudicaba los papeles de amante/novio/marido de la actriz principal, en sus últimas apariciones en ficción ha pasado a ser su padre (“Scoop”, “A Roma con amor”).

 

 

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